Afganistán no es una derrota más, ni siquiera es un símbolo: es un giro en la Historia, con mayúsculas, la que trae guerras, revoluciones, crisis profundas.
Culpabilizar de los males de Méjico a España, como hace López Obrador, el presidente de la República, es comportarse como un truhán contra sus antepasados.
Vaya el criollo López y exija excusas retrospectivas a, entre otros grupos étnicos locales, tlaxcaltecas y huexotzincas, los grandes aliados indígenas del extremeño.
La toma de la capital mexica, un laberinto, fue épica: corrió el rumor de que Cortés había muerto, los mexicas arrojaban a los españoles cabezas cortadas de sus compañeros, a otros les arrancaron el corazón. Hambruna, epidemia...
Afganistán ya no es una cueva de terroristas, Al Qaeda está desmantelada y Ben Laden, así como muchos de los suyos, incluidos algunos talibanes relevantes, están muertos.
El Gobierno de Pedro Sánchez está mostrando todas sus debilidades y carencias de un modo dramático y descarnado a cuenta de la caída de Kabul en manos del Talibán.